jueves, 31 de diciembre de 2009

Peregrinar

Peregrinar es diferente de hacer senderismo. Aunque estés en forma, te hayas leído las mejores guías y tengas el mejor equipo, hay cosas que debes aprender. El Camino (y nadie más) te las irá enseñando. Esas cosas que "hacen" al peregrino.




UN TIEMPO PARA DESCONECTAR

Ocurrió hace años. Un domingo por la tarde, sin nada mejor que hacer, unos cuantos amigos fuimos a una parroquia de las afueras que celebraba un acto de la Virgen de Fátima, simplemente a curiosear. Ya era tarde, todo había acabado y estaban recogiendo. El párroco ve el grupo y se dirige a nosotros amablemente: “Jóvenes, ¿qué os ha traído hasta aquí?” Y el más lanzado le responde: “Nuestro aburrimiento”. ¡Qué sinceridad, y qué corte el del cura!

¿Te ha traído al Camino tu aburrimiento? Quizá la necesidad de salir de la monotonía, de tomarte un respiro. O bien necesitabas unas vacaciones (al fin y al cabo baratas), y lo del ir a Santiago es algo que siempre habías querido hacer. En otros casos es una promesa, más a menudo un cierto afán de aventura, un reto, o la necesidad de conocer gente. ¿Por qué no? Dicen que en el Camino se liga mucho…

Tal vez todo ello. Tal vez simplemente la necesidad de salir. Salir para desconectar de lo que te rodea, o más bien de lo que bulle dentro de ti y no sabes cómo afrontar. Liberarte un poco de lo de dentro y un poco de lo de fuera, del agobio de existir, de la pesadez de una vida muy cuadriculada. Buscar nuevos horizontes. Respirar el aire libre. ¡Vivir!

Llámalo como quieras. Todos experimentamos la insatisfacción de ser hombre, en esta sociedad como en cualquier otra, el dolor de muchas cosas pero especialmente de nuestras propias limitaciones, la necesidad de liberarnos.

Eso lleva a muchos a salir, también a salir al Camino.



UN TIEMPO DE LIBERACIÓN

¡Cuántas veces te han dicho que sólo llevaras lo imprescindible! En casa, con papel y lápiz, todo parece necesario. Pero cuando vas cargando sobre tu espalda 12 ó 14 kilos, no hay quien lo aguante. En los dos últimos albergues te dejaste “olvidados” un jersey grueso, una navaja multiusos muy aparente (“en realidad no es nada práctica”), varias medicinas y cremas, esa dichosa cantimplora metálica (“es mejor una botella de plástico”)… Y, ya lanzado, estás pensando qué olvidarte en el próximo. No te preocupes: en todos hay cajas y cajas de cosas que va dejando la gente. Ya le encontrarán utilidad.

El Camino mismo (y nadie más) te va a ir enseñando lo que tienes que cargar y lo que no, lo que realmente necesitas y lo que sobra. Si el Camino durara lo suficiente, aprenderías que se puede caminar con muy pocas cosas. Es curioso, en medio de un mundo que diariamente te “vende” tantas cosas, que te hace creer son imprescindibles para vivir, has empezado la mejor cura de despojamiento: cargarlas durante tu espalda durante una jornada.

Y aún queda lo más difícil: despojarte de ti mismo. El primer día estabas en plan gracioso con esas alemanas, pero acabaron pasando de ti y te centraste en tu propia marcha. Hay varios disfraces más que has dejado hasta ahora o irás dejando en los próximos días: el de enterado, el de tipo duro, el de enfurruñado, el de qué malito estoy y cuánto necesito que me atiendan… Todos esos papeles (¿no te habías dado cuenta?) también son un peso en tu mochila. Te impiden avanzar ligero, te restan energías. Si el Camino dura lo suficiente, te enseñará a no ser más que quien eres realmente, simplemente un hombre, con tus propias grandezas y debilidades. A estar en paz contigo y con tu ritmo de caminar. A sentirte hermano de todos los que caminan contigo.



UN TIEMPO DE COMUNIÓN

Paso a paso, simplemente levantando la vista de vez en cuando, “sientes” el paisaje como nunca pensaste que podrías sentirlo. Cada loma y cada árbol tienen alma propia, y puedes entrar en comunión con ellos. Puedes mirarlos agradecido, sentirlos, medirlos, incluso palparlos con tus pies. Quizá es el que el mundo se hizo para caminarlo, y sólo así podemos disfrutarlo del todo.

Comunión con la naturaleza, con los sonidos del viento y el agua, con los trinos de los pájaros o los mugidos del ganado, con los colores. ¡Qué hermoso es todo!

Comunión con el arte. ¿Te acuerdas en aquella preciosa iglesia románica? Tú estabas sentado en el suelo, contra la pared, descansando, contemplando la sencillez y el equilibrio de la arquitectura. Y llegaron aquella panda de… gritando, empeñados en probar si en el ábside había eco. ¿Es que no saben respetar? ¿No valoran el arte? Tú sí, lo sentías, en la penumbra mirabas cada piedra, podías acariciabas con la vista, sentir el golpear del cantero tallándola y el genio del maestro de obra dibujando el arco. Luego se fueron, pero esperaste lo suficiente para no tener que coincidir con ellos en el Camino. El arte fue revelación para ti. Revelación de armonía, de gozo, de paz.

Comunión con los demás. Te sonrojas cuando te recuerdo lo de las alemanas, y más si te digo que viniste al Camino porque te sentías solo y buscabas compañía, hacer amistades. ¡El gran misterio de los demás! En cada albergue, tras la cena, qué hermoso poder hablar y compartir con los compañeros de Camino. Sin gran cosa, sólo un vaso de vino o una copita de aguardiente casero. Qué fiesta si alguien sacaba una guitarra y os poníais a cantar. “Ecce quam bonus et quam jucúndum habitáre fratres in unum”. Sí, qué hermoso es convivir los hermanos unidos. Si no fuera por aquel cretino que se empeñó en buscar una cosa en la mochila a media noche, venga a revolver bolsas de plástico a oscuras. O el del walkman, que se lo habrías estampado contra la pared. Y el que roncaba, y el de la tosecita, y el que se hace el chulo cada mañana y le pillabais enseguida, y el de las bromitas… ¡Qué misterio irresistible e insoportable son los demás! Sólo cuando el camino dura lo suficiente, cuando te has despojado lo bastante de lo que te envolvía a ti mismo, y has sido capaz de olvidarte de lo que envuelve a los otros, cuando los ves como hombres que caminan y se cansan, seres humanos como tú, hermanos, sólo entonces lograreis entrar en comunión. Una comunión gozosa. Son las reglas del Camino.

Comunión con el que sufre. Esa sí que es una gran regla. El hospitalero que te estuvo pinchando las ampollas con toda delicadeza, el chaval argentino al que llevaste la mochila media jornada porque no podía más, el borrachín desconocido de aquel bar de pueblo que terminó contándote su vida y llorando sobre la mesa mientras tú le cogías la mano… Caminar significa encontrarse con el dolor, con gente que sufre, con tu propio sufrimiento. Quizá sea eso lo más radical de ser hombre. No se puede hacer el Camino tan deprisa que no te dé tiempo a ver el dolor, eso es hacerte trampa a ti mismo. La principal lección será el dolor, será la cruz, será el servicio.



UN TIEMPO DE CRUZ

¿Pero quién quiere la cruz? El mundo odia la cruz, inventa toda clase de soluciones para evitar la cruz. ¿Por qué sacar ahora la cruz?

Pues permíteme que te recuerde que sólo en la cruz has conocido a los demás en su fragilidad, en su realidad, y has podido sentirlos como lo que son, tus semejantes. Que sólo ante la cruz de los demás te has mostrado como lo que eres, humano, hermano, solidario. Que sólo tus propias cruces, tus ampollas y ese dolor de hombros que te mata, te han enseñado realmente lo que es ser hombre, lo que es superación, lo que significa cada paso, lo que puedes hacer cuando no te paras a lamentarte por ti mismo y continúas.

No es una lección sencilla. Pablo de Tarso, San Pablo, tampoco lo tuvo fácil cuando intentaba explicárselo a sus fieles de Corinto: “El lenguaje de la Cruz es, en efecto, una locura para los que se pierden; mas para los que están en vías de salvación, para nosotros, es poder de Dios... Nosotros predicamos a un Cristo crucificado, que es escándalo para los judíos y locura para los paganos. Mas para los que han sido llamados, sean judíos o griegos, es fuerza de Dios y sabiduría de Dios”.

La Cruz es la lección secreta de Dios, la que no enseña a cualquiera, sólo a los que son capaces de digerirla.

Quizá en la estantería del albergue encuentres algún libro de oraciones y, buscando, des con aquella que acaba así: “Y sólo pido no pedirte nada, / estar aquí junto a tu imagen muerta, / ir aprendiendo que el dolor es sólo / la llave santa de tu santa puerta”.



UN TIEMPO PARA DESCUBRIR A DIOS

¡Ya están los curas, metiendo a Dios en todo!

Pues sí, porque Dios está metido en todo.

Dios te llamó al Camino, como a Abrahán de Ur “Sal de tu tierra y de la casa de tus padres, hacia la tierra que te mostraré”. Dios te dio ilusión para prepararlo y fuerza para recorrerlo hasta aquí. Te ha dado paciencia y ánimo, y sabiduría para entenderle a Él y entenderte a ti mismo. Ha cargado tu mochila y aliviado tus pies cuando creías que no podías más, y te ha puesto compañeros que te den ánimo cada noche para reemprender la marcha al alba. Ha estado contigo en cada paso, en cada cruce, en cada albergue, en cada aliento.

Peregrino sólo es el que descubre que Dios camina a su lado siempre, absolutamente siempre, pero especialmente en la Cruz. El que aprende que sólo Dios tiene respuesta de verdad a la Cruz de cada día, a las cruces del Camino.

El que entiende que Él, y sólo Él, es el Camino.

Y que, más allá de todos los caminos, Él es siempre el destino. Vivir es caminar en Dios, con Dios y hacia Dios.



UN TIEMPO PARA ENTENDER LA VIDA

Dicen que el Camino es una parábola de la vida. Que es tanto como decir que en el Camino está contenida la explicación de todo y la solución de todo. Y puede ser.

Muchos no lo verán, claro. Acabarán en Santiago como quien acaba la jornada de trabajo, sin saber bien de qué ha servido tanto esfuerzo; tomarán el primer tren de vuelta y, a lo más, presumirán de credencial llena de sellos.

Otros se sentirán perdidos en Santiago, como si les faltara el aire. Quizá les dé por seguir a Finisterre y, si el mar les frena, igual se sueltan a llorar. Habían logrado a volar y ahora es como si les cortaran las alas. Puede que alguno incluso se convierta en “peregrino crónico”. Quizá lo intente por otra ruta. Le han dicho que por tal Camino hay más paz, más soledad… Tal vez el próximo otoño, el próximo año…

El peregrino sabio es el que aprovecha la lección y aprueba a la primera. Es posible que vuelva, a repasar, a “ampliar conocimientos”. Pero lo que ha aprendido sobre sí mismo, sobre el mundo, los demás, la vida, Dios... eso nadie se lo podrá quitar.