jueves, 31 de diciembre de 2009

Peregrinaciones Diocesanas

“- Asbag, querido amigo, deberías peregrinar – le dijo Fayic.
- ¿A la Meca? –respondió Asbag con sorna-. Ya me dirás que hace un presbítero cristiano en La Meca.
- No digo a La Meca, me refiero a algún otro lugar… qué sé yo, Jerusalén, Roma... Adonde pueda ir un cristiano a encontrarse con las raíces de su fe. ¡Si supieras como se me remueve todo por dentro! ¡Es algo maravilloso! es como ir en pos del sentido último de las cosas…
- Sí –interrumpió Asbag– Pero cuando se regresa todo sigue igual que antes.
- ¡Oh! no creo que sea así. Espero que mi vida continúe siendo como un sendero… un crecimiento hacia lo máximo del ser…
(El mozárabe. Jesús Sánchez Adalid)

La peregrinación cristiana empieza muy pronto y Jerusalén fue el primer punto de destino. Ya en la época apostólica nos dicen los Santos Padres cómo iban los cristianos a Jerusalén a visitar los lugares relacionados con la vida de Jesús. Posteriormente Roma, sobre todo cuando empiezan a proclamarse los Años Santos, Santiago de Compostela, multitud de santuarios… Con el paso de los tiempos, las peregrinaciones han ampliado sus puntos de destino.

Pero la experiencia peregrinante en la vida del hombre encuentra sus raíces profundas en su mismo ser y en su propia historia. Juan Pablo II afirmaba que la peregrinación es una experiencia fundamental y fundadora de la condición humana y de la condición creyente de la humanidad. La peregrinación es el signo, es la imagen de nuestra vida humana. Se trata, decía el pontífice, del hombre en camino hacia la fuente de todo bien y hacia su plenitud. Del hombre que pone su ser, su cuerpo, su corazón y su inteligencia en marcha, mientras se va descubriendo a si mismo como un "buscador de Dios y un peregrino de lo eterno".

"La espiritualidad de la peregrinación tiene una dimensión escatológica en cuanto que es proyección definitiva hacia el Reino de Dios, tiene una dimensión festiva en cuanto es un respiro en relación con la monotonía diaria y proporciona el gozo del compartir, tiene una dimensión cultual en cuanto es un encuentro con Dios para estar en su presencia, adorarlo y abrirle el corazón, tiene una dimensión apostólica en cuanto el itinerario del peregrino reproduce la de Jesús y de los apóstoles recorriendo caminos y tierras para anunciar el Evangelio. Pero sobretodo, tiene una dimensión de comunión en cuanto el peregrino que va al santuario lo hace en comunión de fe y de caridad no sólo con los compañeros de viaje sino con el Señor mismo que camina con él como caminó al lado de los discípulos de Emaús, con su comunidad de origen y, a través de ella, con la Iglesia que está en el cielo y que peregrina en la tierra; con los fieles que a lo largo de los siglos nos han precedido en el santuario; con la naturaleza que envuelve el santuario, de la que admira la belleza y que se siente movido a respetar; con la humanidad, el sufrimiento y la esperanza manifestada en el santuario y que ha dejado en él numerosos signos de sus talentos y de su arte” (Msr. Taltabull).